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jueves, 14 de julio de 2011

El zorro

Recorría yo hoy los caminos mimados y conocidos por donde de manera irregular paseo monte arriba, y después de la cima de Coto do Rei dando vueltas como rondas entre montes cerrados a veces de árboles frondosos y profundos y otras de espacios abiertos de las aldeas o tierras de labor, o sencillamente llenos de esa maleza de nuestras vidas de helechos y tojos mezclados con retamas y cientos de hierbas y otras otras especies de flora. Vislumbré de lejos, entre la espesura de la maleza, un brillo, quizá azulado, o muy gris y metálico, y me empeñé en que un zorro se movía a su alrededor.
Fruto de mi curiosidad me acerqué por entre la explanada asilvestrada hasta el lugar en el que se circundaba el reflejo, sin encontrar otra cosa que una lata que a buen seguro un latoso ciudadano hubo lanzado el vacío desde el camino para quedarse allí quieta, a la espera de que un ser cualquiera retocara su postura o pudrirse para siempre jamás. ¿Estaría a ciencia cierta el zorro antes, como yo había sospechado. A lo mejor sí, yo había visto como un surco en la vegetación moviéndose en el sentido contrario a aquel en que yo caminaba. Ni un atisbo de duda me quedó cuando vi la lata: Red Bull. El zorro era muy listo y a fe que sabía leer; marcharía muy satisfecho contando que al fin mañana tendría alas.